Dra. Natalia Martínez Medina.
Semanalmente identificamos un término de interés clínico, analizamos su relevancia actual y presentamos una infografía que se aplique a su práctica clínica.La identificación temprana del trastorno del espectro autista se ha convertido en una prioridad de salud pública con el fin no solo mejorar la calidad de vida de niños y niñas y sus familias, sino también con el objetivo de optimizar recursos, reducir desigualdades y promover una sociedad más inclusiva.Uno de cada cien infantes vive con autismo en el mundo, según la Organización Mundial de la Salud (OMS). Las cifras llaman la atención y prenden las alertas para estar más conscientes tanto en la consulta, para identificar posibles casos, como al diagnosticar y ofrecer educación y herramientas constantes a las familias para que el proceso de adaptación a la condición sea más tolerable.[1]
La etiología del espectro autista es multifactorial e implica interacción entre herencia y factores ambientales, incluso se ha relacionado con gran influencia epigenética.
El trastorno del espectro autista se caracteriza por una alteración en el desarrollo neurológico que puede identificarse desde los 18 meses. Según la quinta edición del Manual Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos Mentales (DSM-5), hay cinco criterios necesarios para considerar el diagnóstico:
1. Dificultades persistentes en la comunicación e interacción social, que se manifiestan en distintos contextos y pueden incluir:
• Dificultad para mantener conversaciones, compartir emociones o iniciar interacciones.
• Alteración de la comunicación no verbal, como contacto visual inadecuado, lenguaje corporal limitado o ausencia de gestos y expresiones faciales.
• Dificultades para establecer y mantener relaciones, que van desde problemas para adaptarse a normas sociales hasta desinterés por otros niños o dificultad para hacer amigos.
2. Patrones de comportamiento, intereses o actividades restringidos y repetitivos, manifestándose en al menos dos de las siguientes formas: conductas repetitivas o estereotipadas, fuerte rigidez ante cambios, con necesidad de rutinas fijas y malestar frente a variaciones mínimas, intereses muy intensos y limitados, respuestas sensoriales atípicas.
3. Los síntomas deben estar presentes desde las primeras etapas del desarrollo, aunque pueden no ser evidentes hasta que las demandas sociales superan las capacidades del niño o pueden estar parcialmente ocultos por estrategias aprendidas con el tiempo.
4. Los síntomas deben causar deterioro clínicamente significativo en áreas importantes del funcionamiento diario, como social, académica o laboral.
5. Las dificultades no deben explicarse mejor por una discapacidad intelectual o un retraso global del desarrollo. Aunque pueden coexistir, el diagnóstico conjunto solo es válido si las dificultades en la comunicación social son mayores de lo esperado para el nivel cognitivo general.
https://espanol.medscape.com/verarticulo/5914164
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