Detectar el autismo a tiempo puede transformar el futuro de un niño, así funciona la prueba clave para entender su mundo interior.
El diagnóstico de autismo no es una etiqueta, es una puerta que puede abrirse a tiempo o dejarse cerrada para siempre. En un país donde aún cuesta hablar de salud mental con naturalidad, identificar el Trastorno del Espectro Autista (TEA) desde los primeros años de vida no debería ser un privilegio, sino una urgencia. Porque cuanto antes se detecta, antes se interviene, y más posibilidades hay de que la persona desarrolle su máximo potencial. Ahora bien, ¿cuántas familias siguen deambulando entre dudas, estigmas y profesionales desinformados?
El TEA no se ve en una radiografía ni se mide con un termómetro. Se manifiesta en gestos, silencios, rutinas inquebrantables o miradas que no buscan otras. Y ahí es donde entra en juego uno de los instrumentos más valiosos de la neuropsicología actual: la Escala de Observación para el Diagnóstico del Autismo (ADOS). Este test no es un cuestionario frío ni una prueba mecánica: es una experiencia de interacción cuidadosamente diseñada para ver lo invisible.
Desarrollada por la investigadora Catherine Lord y su equipo, la prueba ADOS consiste en una serie de situaciones sociales semiestructuradas que permiten observar cómo responde la persona evaluada ante estímulos comunicativos, juegos simbólicos o posibles frustraciones. A través de módulos adaptados según la edad y nivel de lenguaje, el especialista puede detectar patrones que apuntan a un diagnóstico de TEA.
Es ahí donde se revelan síntomas que van más allá de la simple timidez o el carácter introvertido: dificultades claras para mantener el contacto visual, lenguaje limitado o repetitivo, obsesiones por objetos concretos o reacciones extremas ante ciertos sonidos o texturas. Estas señales, que muchas veces se minimizan en casa o en el aula, son pistas cruciales que pueden marcar la diferencia entre el aislamiento o la integración.
¿Cómo se diagnostica?
El diagnóstico no se basa únicamente en un test. Involucra una evaluación clínica integral realizada por un equipo multidisciplinar que incluye psicólogos, neurólogos y terapeutas. La entrevista con la familia, la historia del desarrollo del niño y herramientas complementarias como el ADI-R (Entrevista para el Diagnóstico del Autismo) permiten trazar un perfil completo.
En España, se estima que 1 de cada 100 personas presenta algún grado de autismo. Aunque el dato parece modesto, su impacto social y educativo es enorme. La prevalencia global ha aumentado en las últimas décadas, no necesariamente por más casos, sino por mejores sistemas de detección.
No es una enfermedad
El autismo no tiene cura porque no es una enfermedad: es una condición. Una forma distinta de procesar la realidad. El problema no es el diagnóstico, sino la falta de comprensión que lo rodea.
Detrás de cada niño que pasa por una prueba de autismo, hay una familia que busca entender. No buscan una etiqueta, sino un camino. Y la ciencia, en este caso, tiene la responsabilidad de tender ese puente. Porque diagnosticar es, ante todo, cuidar y esto implica ver, escuchar y actuar. Aunque sea desde una sala de observación donde lo importante no es lo que el niño dice, sino lo que su mundo interior susurra.
@mundiario
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