Abelardo Carro Nava/Jun 28, 2025
El caso del profesor Esteban Canchola de Baja California es uno más de los tantos que existen a lo largo y ancho de la República Mexicana...
Entiendo que la docencia en las últimas décadas se ha convertido en una profesión donde las exigencias son mayúsculas. Entiendo perfectamente que esas exigencias son multifactoriales, es decir, que diversas circunstancias son las que originan que, a cualquier maestra o el maestro, de cualquier nivel educativo, se le demande en demasía.
Por un lado, esas demandas provienen del mismo gobierno, de la Secretaría de Educación Pública (SEP), de organizaciones no gubernamentales, del empresariado, del clero u otros grupos conservadores, en fin, de diversos sectores públicos y privados; no obstante, lo anterior, pienso que la principal demanda, muchas veces infundada, proviene de los padres de familia y/o de la sociedad en su conjunto. Esa idea de que las escuelas se han visto en los últimos años como las guarderías de los padres es cierta; de unos años para acá, ¿acaso no se le ha delegado una responsabilidad a la escuela y al docente que no necesariamente le corresponde? Por ejemplo, además de ser maestra o maestro, ¿no acaso se le exige ser niñero, enfermero, médico, psicólogo o trabajador social? Esto sin olvidar que dichos profesores deban ser intendentes, secretarias, gestores, subdirectores y hasta directores de las instituciones educativas en las cuales se encuentran prestando un servicio educativo.
Sí, se leyó bien, un servicio educativo que, desde luego, no incluye muchas de las labores que otras tantas personas o profesionales tendrían que realizar. Es cierto, si hay un desperfecto que puede arreglarse en el aula lo atiende un docente; es cierto, si algún alumno no lleva dinero para una torta u otro alimento, también le tiende su mano y le apoya; es cierto, si algún estudiante tiene un problema en casa se hace un espacio en la jornada y se le escucha; sí, estas y otras tantas cosas más se realizan durante un día completo de escuela.